Vivimos en un siglo donde tenemos dos alternativas: abrir o cerrar los ojos. Si tu opción es la segunda, te recomiendo cerrar la ventana de tu computador o celular y seguir en lo tuyo. Ahora si optas por la primera, quiero que abras todos tus sentidos, porque si seguimos siendo consumidores pasivos de moda, no solo contribuiremos a la destrucción del planeta, sino también nos convertiremos en cómplices de asesinato.
Sufro el mal nacional: soy desconfiada y para peor soy periodista cercana a la "vieja escuela" (esa que coteja datos y no se queda con la primera versión de los hechos). Por lo mismo, me cuesta creerle a las transnacionales y multinacionales de cualquier tipo, ya que siempre me queda la duda si el mensaje está siendo manipulado a su favor o no. Por lo mismo, tiendo a mirar con cierto recelo las denuncias de Greenpeace. Sin embargo, su última campaña Detox, me hizo sentido automáticamente (gracias Mari!).
No era la primera vez que escuchaba y/o leía, de diversas fuentes, sobre la contaminación que provoca la industria textil. Como grandes marcas de moda internacional producen en países emergentes a costos ridículos y con químicos prohibidos en naciones desarrolladas, que contaminan las fuentes de agua dulce, con todo lo que significa eso para el entorno próximo -y no tanto- de las fábricas.
Toda esta "negligencia" se produce bajo la absoluta indiferencia de gobernantes y políticos que ven en estas inversiones "pan para hoy", pero que olvidan que el "hambre no será mañana", sino en pocos minutos más (dejando de lado las telarañas de corrupción que se tejen en estos "ríos de colores").
Por suerte, hay marcas como Zara que se han unido a esta campaña y se han comprometido con la limpieza de su cadena de suministro. Sin embargo, todavía quedan muchas en carpeta, que prefieren cerrar los ojos y culpar a sus proveedores diciendo que "es imposible tener el control de toda su cadena de valor".
Ese mismo discurso barato se aplica para hablar de seres humanos de países en vía de desarrollo que, al parecer, son de menor categoría porque no tienen derecho a una buena calidad de vida. ¿Qué pensarías si te dijera que en Camboya se ha parado la actividad industrial de varias fábricas textiles, porque los trabajadores exigen un sueldo mínimo de US$160, es decir, $85.000 app.? El gobierno ante esta solicitud ha respondido con represión (incluso murieron tres trabajadores) y señalando que el 2018 llegarían a esa "meta".
No muy lejos de allí, en Bangladesh, 1.134 personas murieron cuando se desplomó la fábrica en la que trabajaban, que coincidentemente era proveedora de grandes marcas de moda. Con horror vimos como sacaban los cuerpos de entre medio de escombros de una tragedia que podría haberse evitado.
Luego de ese episodio, 37 compañías internacionales que operan en Bangladesh firmaron el Acuerdo sobre Seguridad e Incendios para mejorar la seguridad de sus instalaciones en ese país. No obstante, otras dijeron que seguirían sus propios protocolos y declinaron en sumarse.
¿Es justo comprar prendas a precios casi absurdos sabiendo que quienes la confeccionaron apenas pueden subsistir? ¿es justo que tengamos una jornada laboral de 45 horas y ellos trabajen el doble solo para que compremos barato y a una calidad dudosa? ¿cuál es el precio de esa vida? ¿es una tendencia vestirse con ropa manchada con sangre?
Pero no vayamos tan lejos. Los abusos y la contaminación también se pueden producir en nuestro vecindario, Latinoamérica, en menor escala y más encubierto, todo gracias a nuestra complicidad pasiva, que prefiere "no saber" con tal de llenar el clóset con ropa desechable, pero "baratita"; de estar "a la moda" a cualquier precio literalmente.
¿Hasta cuándo cerraremos los ojos? ¿hasta cuándo nos quedaremos callados? ¿hasta cuándo banalizaremos esta realidad? ¿En qué clase de mundo estamos viviendo? ¿qué ejemplo le estamos dando nuestr@s hij@s? Yo me aburrí de leer en pleno siglo XXI noticias del medievo. No me quiero vestir de sangre. Me niego.
Moda tóxica
Sufro el mal nacional: soy desconfiada y para peor soy periodista cercana a la "vieja escuela" (esa que coteja datos y no se queda con la primera versión de los hechos). Por lo mismo, me cuesta creerle a las transnacionales y multinacionales de cualquier tipo, ya que siempre me queda la duda si el mensaje está siendo manipulado a su favor o no. Por lo mismo, tiendo a mirar con cierto recelo las denuncias de Greenpeace. Sin embargo, su última campaña Detox, me hizo sentido automáticamente (gracias Mari!).
No era la primera vez que escuchaba y/o leía, de diversas fuentes, sobre la contaminación que provoca la industria textil. Como grandes marcas de moda internacional producen en países emergentes a costos ridículos y con químicos prohibidos en naciones desarrolladas, que contaminan las fuentes de agua dulce, con todo lo que significa eso para el entorno próximo -y no tanto- de las fábricas.
Toda esta "negligencia" se produce bajo la absoluta indiferencia de gobernantes y políticos que ven en estas inversiones "pan para hoy", pero que olvidan que el "hambre no será mañana", sino en pocos minutos más (dejando de lado las telarañas de corrupción que se tejen en estos "ríos de colores").
Por suerte, hay marcas como Zara que se han unido a esta campaña y se han comprometido con la limpieza de su cadena de suministro. Sin embargo, todavía quedan muchas en carpeta, que prefieren cerrar los ojos y culpar a sus proveedores diciendo que "es imposible tener el control de toda su cadena de valor".
Moda asesina
Ese mismo discurso barato se aplica para hablar de seres humanos de países en vía de desarrollo que, al parecer, son de menor categoría porque no tienen derecho a una buena calidad de vida. ¿Qué pensarías si te dijera que en Camboya se ha parado la actividad industrial de varias fábricas textiles, porque los trabajadores exigen un sueldo mínimo de US$160, es decir, $85.000 app.? El gobierno ante esta solicitud ha respondido con represión (incluso murieron tres trabajadores) y señalando que el 2018 llegarían a esa "meta".
No muy lejos de allí, en Bangladesh, 1.134 personas murieron cuando se desplomó la fábrica en la que trabajaban, que coincidentemente era proveedora de grandes marcas de moda. Con horror vimos como sacaban los cuerpos de entre medio de escombros de una tragedia que podría haberse evitado.
Luego de ese episodio, 37 compañías internacionales que operan en Bangladesh firmaron el Acuerdo sobre Seguridad e Incendios para mejorar la seguridad de sus instalaciones en ese país. No obstante, otras dijeron que seguirían sus propios protocolos y declinaron en sumarse.
¿Es justo comprar prendas a precios casi absurdos sabiendo que quienes la confeccionaron apenas pueden subsistir? ¿es justo que tengamos una jornada laboral de 45 horas y ellos trabajen el doble solo para que compremos barato y a una calidad dudosa? ¿cuál es el precio de esa vida? ¿es una tendencia vestirse con ropa manchada con sangre?
Pero no vayamos tan lejos. Los abusos y la contaminación también se pueden producir en nuestro vecindario, Latinoamérica, en menor escala y más encubierto, todo gracias a nuestra complicidad pasiva, que prefiere "no saber" con tal de llenar el clóset con ropa desechable, pero "baratita"; de estar "a la moda" a cualquier precio literalmente.
¿Hasta cuándo cerraremos los ojos? ¿hasta cuándo nos quedaremos callados? ¿hasta cuándo banalizaremos esta realidad? ¿En qué clase de mundo estamos viviendo? ¿qué ejemplo le estamos dando nuestr@s hij@s? Yo me aburrí de leer en pleno siglo XXI noticias del medievo. No me quiero vestir de sangre. Me niego.
(Foto principal: Gerry Johnson)
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