Estoy convencida, que parte del descrédito del término "democracia", está directamente relacionado con su uso indiscriminado para explicar realidades imperfectas, donde lo que menos se observa es una relación armónica entre los "gobernantes" y la ciudadanía. La moda no se escapa a este análisis. De hecho, la expresión "democratización de la moda" surge como frase muletilla cada vez que se habla de los beneficios de la producción masiva. Sin embargo, ¿cuán democrática es esta democratización? Hoy le doy una vuelta.
A pesar de lo cuestionado que puede estar el sistema democrático, estoy convencido que es la única alternativa de gobierno que asegura un mínimo de libertades, derechos y deberes. Por lo mismo, soy partidaria de la democratización en su amplio sentido. Es decir, la posibilidad que la ciudadanía no sólo pueda participar en los asuntos que le afecten, sino también en que pueda acceder a la mayor cantidad de posibilidades y oportunidades.
En este sentido la "democratización de la moda" le permitiría disponer de una diversidad de productos de este sector con características similares a aquellos que antes estaban reservados para unos pocos. Todos pueden gozar de lo último en tendencias y estilos a un precio conveniente (a veces ridículamente conveniente).
No obstante, esta maravillosa oferta tiene un lado oscuro que resulta muy fácil encubrir con la palabra "democratización", ya que se está asociando el concepto solo a una libertad de consumo imperfecta, y no a una disminución real de desigualdades, protección de los derechos humanos, entre otros.
Ello porque esta famosa democratización considera la entrega de un producto "a la moda", pero de una calidad dudosa que en definitiva sólo incrementa las diferencias entre clases sociales, ya que confina y "acostumbra" a la mayoría de la población a tener ropa desechable como si fuera lo normal.
A este costo se suman otros, aún menos evidentes, relacionados con el proceso productivo de muchas de estas marcas "democratizadoras", las que deslocalizan la producción en países, generalmente no democráticos, con el único objetivo de lograr una mayor rentabilidad. En estos "paraísos" de gobernantes que hacen "la vista gorda", pueden emplear a trabajadores textiles en condiciones que bordean lo esclavo (en pleno siglo XXI!) y contaminar el entorno sin importarles las consecuencias.
Ahí la "democratización" no alcanza, ya que para que todos tengamos esa prenda de tendencia, otros deben vivir una "dictadura sin moda", con salarios con los que jamás podrán comprar lo que producen (y que apenas les alcanzan para sobrevivir).
Es, en este punto, cuando el beneficio de la mayoría se relativiza y las desigualdades históricas se perpetúan. La única diferencia con el pasado es que la distancia geográfica es tan grande, que no logramos ni imaginar este panorama.
Sin duda, cuando las utilidades de la industria sean realmente bien distribuidas, podremos hablar de esa anhela democratización de la moda que alcanza para todos, sin importar dónde se ubiquen o qué lugar de la escala social ostenten.
¿Democratización para quienes?
A pesar de lo cuestionado que puede estar el sistema democrático, estoy convencido que es la única alternativa de gobierno que asegura un mínimo de libertades, derechos y deberes. Por lo mismo, soy partidaria de la democratización en su amplio sentido. Es decir, la posibilidad que la ciudadanía no sólo pueda participar en los asuntos que le afecten, sino también en que pueda acceder a la mayor cantidad de posibilidades y oportunidades.
En este sentido la "democratización de la moda" le permitiría disponer de una diversidad de productos de este sector con características similares a aquellos que antes estaban reservados para unos pocos. Todos pueden gozar de lo último en tendencias y estilos a un precio conveniente (a veces ridículamente conveniente).
No obstante, esta maravillosa oferta tiene un lado oscuro que resulta muy fácil encubrir con la palabra "democratización", ya que se está asociando el concepto solo a una libertad de consumo imperfecta, y no a una disminución real de desigualdades, protección de los derechos humanos, entre otros.
Ello porque esta famosa democratización considera la entrega de un producto "a la moda", pero de una calidad dudosa que en definitiva sólo incrementa las diferencias entre clases sociales, ya que confina y "acostumbra" a la mayoría de la población a tener ropa desechable como si fuera lo normal.
¿Para quienes alcanza esta "democratización"? Foto por The School of Style |
A este costo se suman otros, aún menos evidentes, relacionados con el proceso productivo de muchas de estas marcas "democratizadoras", las que deslocalizan la producción en países, generalmente no democráticos, con el único objetivo de lograr una mayor rentabilidad. En estos "paraísos" de gobernantes que hacen "la vista gorda", pueden emplear a trabajadores textiles en condiciones que bordean lo esclavo (en pleno siglo XXI!) y contaminar el entorno sin importarles las consecuencias.
Ahí la "democratización" no alcanza, ya que para que todos tengamos esa prenda de tendencia, otros deben vivir una "dictadura sin moda", con salarios con los que jamás podrán comprar lo que producen (y que apenas les alcanzan para sobrevivir).
Es, en este punto, cuando el beneficio de la mayoría se relativiza y las desigualdades históricas se perpetúan. La única diferencia con el pasado es que la distancia geográfica es tan grande, que no logramos ni imaginar este panorama.
Sin duda, cuando las utilidades de la industria sean realmente bien distribuidas, podremos hablar de esa anhela democratización de la moda que alcanza para todos, sin importar dónde se ubiquen o qué lugar de la escala social ostenten.
(Foto principal: Michelangelo Pistoletto, Venus of the Rags 1967, 1974 en Tate)
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