No es ninguna novedad afirmar que la ropa comunica. De hecho, en muchas ocasiones podemos ser malinterpretados fruto de una elección de un vestuario inapropiado para cierto contexto o que se aleja de los "consensos tradicionales" sobre qué usar en determinado momento. Si bien antaño, las "reglas del vestir" eran casi inflexibles, hoy nos enfrentamos con un escenario diferente, donde espacios que antes "obligaban" a utilizar prendas específicas han tenido que modificar sus códigos frente la aparición de individuos, que aspiran a que su identidad plasmada en el vestir sea consecuente con su mirada de mundo. Pero ¿qué efectos tiene esta tendencia? Hoy lo analizo.
A riesgo de ser "quemada en la hoguera", me atrevo a analizar un fenómeno que hace meses me da vueltas en la cabeza. Cómo se ha modificado la percepción de "lo correcto" para vestir en un espacio tan estructurado como el Congreso Nacional, lo que apela directamente a mi reflexión inicial.
Antes de la llegada de los nuevos parlamentarios del Frente Amplio existía una "convención" respecto a cómo vestirse, que si bien había sido relativizada por un puñado de excepciones que confirmaban la regla, hoy el escenario es completamente diferente.
Reconozco que el halo institucional y mis años en ese espacio, me habían condicionado a aceptar como "correcto" el código de vestir clásico -sobre todo masculino-, lo que resulta curioso respecto a como yo misma me vestía (visto), ya que si bien se "ajustaba (ajusta) a la norma", al mismo tiempo, se salía (sale) completamente de ella. Vestir con moda de autor jugando con siluetas, colores y texturas, me hacían (hacen) ser objeto de miradas permanentes y preguntas variadas.
A pesar de lo anterior, mi osadía siempre se enmarcaba (enmarca) dentro de una noción amplia de lo "formal" para el ambiente.
No obstante, este año todo cambió. En los pasillos y el hemiciclo comenzamos a ver pantalones de pana o cotolé, jeans, zapatillas, chalecos de lana sacados de películas setenteras, chaquetas de cuero, camisas arremangadas sin corbata, entre otros.
La sorpresa fue infinita para tod@s. Pero más allá de los críticas veladas, la institucionalidad se tuvo que adaptar a sus nuevos miembros, por un motivo mucho más importante que el capricho de vestir "fuera de la norma": su ropa comunicaba sus ideas de mundo.
Así como lo leen. Vestir de tal o cual manera, más que marcar una tendencias o ser una "choreza" en un ambiente conservador y tradicional, era una manera de ser consecuente con sus ideas y el rol que juegan hoy, desde una vereda más ciudadana o cercana a la ciudadanía, que desde el espacio del privilegio de un cargo.
Con ello, no critico, ni doy segundas lecturas al código de vestir que aún prima en el Congreso. De hecho, estoy de acuerdo que siga vigente. Lo que si rescato es la "ampliación" de esos código de como sinónimo de la instalación de una diversidad expresada en la forma y el fondo, lo que me parece necesario e imperativo en el Chile del siglo XXI.
Pero esta realidad que puede ser casi anecdótica para la mayoría de los chilenos (y latinoamericanos que viven realidades legislativas similares), se ha convertido en un fenómeno global que incluso ha llevado a la industria de la moda a ampliar el espectro de productos asociados, por ejemplo, al vestuario masculino de "oficina".
En 2016, Business of Fashion, analizaba este fenómeno, el que era caracterizado por una interesante reflexión de Toby Bateman, director general de la tienda online de moda masculina, Mr. Porter: "Hay trabajos que todavía necesitan un código de vestimenta, pero hay más y más que no. Ese es el cambio sísmico en la moda masculina en los últimos años... Pero mientras el código de vestimenta se ha ido, los muchachos se han vuelto mucho más conscientes acerca de cómo verse bien sin ponerse simplemente un traje de uniforme".
En el caso de las mujeres este cambio no es tan evidente, porque el vestuario que se asocia a lo formal es mucho más amplio y diverso. No obstante, en la arena de los zapatos, si es posible notar una inclinación por dejar los tacos y utilizar otros modelos, respondiendo a una intransable comodidad, pero también revelándose ante el valor simbólico de estas piezas femeninas.
Ad portas de las tercera década del siglo XXI, me queda claro que si bien lo llamado "decente" o "apropiado" para determinados contextos aún se mantiene, ya sea por una obligación legal (está penado por la ley andar desnudo por la calle) o por un consenso "amplio" (nadie va con bata o traje de baño a la oficina), los códigos específicos del vestir están relativizándose fruto del deseo de los individuos a ser reconocidos como únicos, diversos y ante todo, consecuentes con su ética, más que con una estética "normada".
¿Estamos preparados para este cambio de paradigma?
"Dime como vistes y te diré quién eres"
A riesgo de ser "quemada en la hoguera", me atrevo a analizar un fenómeno que hace meses me da vueltas en la cabeza. Cómo se ha modificado la percepción de "lo correcto" para vestir en un espacio tan estructurado como el Congreso Nacional, lo que apela directamente a mi reflexión inicial.
Antes de la llegada de los nuevos parlamentarios del Frente Amplio existía una "convención" respecto a cómo vestirse, que si bien había sido relativizada por un puñado de excepciones que confirmaban la regla, hoy el escenario es completamente diferente.
Reconozco que el halo institucional y mis años en ese espacio, me habían condicionado a aceptar como "correcto" el código de vestir clásico -sobre todo masculino-, lo que resulta curioso respecto a como yo misma me vestía (visto), ya que si bien se "ajustaba (ajusta) a la norma", al mismo tiempo, se salía (sale) completamente de ella. Vestir con moda de autor jugando con siluetas, colores y texturas, me hacían (hacen) ser objeto de miradas permanentes y preguntas variadas.
A pesar de lo anterior, mi osadía siempre se enmarcaba (enmarca) dentro de una noción amplia de lo "formal" para el ambiente.
No obstante, este año todo cambió. En los pasillos y el hemiciclo comenzamos a ver pantalones de pana o cotolé, jeans, zapatillas, chalecos de lana sacados de películas setenteras, chaquetas de cuero, camisas arremangadas sin corbata, entre otros.
Parlamentarios del Frente Amplio. Foto: Diario Agrícola |
La sorpresa fue infinita para tod@s. Pero más allá de los críticas veladas, la institucionalidad se tuvo que adaptar a sus nuevos miembros, por un motivo mucho más importante que el capricho de vestir "fuera de la norma": su ropa comunicaba sus ideas de mundo.
Así como lo leen. Vestir de tal o cual manera, más que marcar una tendencias o ser una "choreza" en un ambiente conservador y tradicional, era una manera de ser consecuente con sus ideas y el rol que juegan hoy, desde una vereda más ciudadana o cercana a la ciudadanía, que desde el espacio del privilegio de un cargo.
Con ello, no critico, ni doy segundas lecturas al código de vestir que aún prima en el Congreso. De hecho, estoy de acuerdo que siga vigente. Lo que si rescato es la "ampliación" de esos código de como sinónimo de la instalación de una diversidad expresada en la forma y el fondo, lo que me parece necesario e imperativo en el Chile del siglo XXI.
Pero esta realidad que puede ser casi anecdótica para la mayoría de los chilenos (y latinoamericanos que viven realidades legislativas similares), se ha convertido en un fenómeno global que incluso ha llevado a la industria de la moda a ampliar el espectro de productos asociados, por ejemplo, al vestuario masculino de "oficina".
En 2016, Business of Fashion, analizaba este fenómeno, el que era caracterizado por una interesante reflexión de Toby Bateman, director general de la tienda online de moda masculina, Mr. Porter: "Hay trabajos que todavía necesitan un código de vestimenta, pero hay más y más que no. Ese es el cambio sísmico en la moda masculina en los últimos años... Pero mientras el código de vestimenta se ha ido, los muchachos se han vuelto mucho más conscientes acerca de cómo verse bien sin ponerse simplemente un traje de uniforme".
Foto: Mr. Porter |
En el caso de las mujeres este cambio no es tan evidente, porque el vestuario que se asocia a lo formal es mucho más amplio y diverso. No obstante, en la arena de los zapatos, si es posible notar una inclinación por dejar los tacos y utilizar otros modelos, respondiendo a una intransable comodidad, pero también revelándose ante el valor simbólico de estas piezas femeninas.
Ad portas de las tercera década del siglo XXI, me queda claro que si bien lo llamado "decente" o "apropiado" para determinados contextos aún se mantiene, ya sea por una obligación legal (está penado por la ley andar desnudo por la calle) o por un consenso "amplio" (nadie va con bata o traje de baño a la oficina), los códigos específicos del vestir están relativizándose fruto del deseo de los individuos a ser reconocidos como únicos, diversos y ante todo, consecuentes con su ética, más que con una estética "normada".
¿Estamos preparados para este cambio de paradigma?
COMMENTS