Ser parte o sentirse parte de un movimiento social lleva aparejado no sólo compromisos, sino también responsabilidades. Ser feminista hoy (y siempre) supone defender los derechos humanos de las mujeres. Desde ese punto de vista ¿se puede ser feminista "100%" vistiéndose "con lo que primero encontramos" en el clóset? Yo tengo dudas respecto a ello. Hoy Te cuento mis razones para afirmarlo.
Vestirse, hace mucho rato, dejó de ser un acto inocente. Lo repetí insistentemente en mi libro El Nuevo Vestir y hoy aún lo sostengo.
En esa misma línea, al elegir nuestra ropa y "comulgar" con el feminismo tenemos que tener en cuenta algunos antecedentes que son difíciles de ignorar como que el 75% de los alrededor de 75 millones de personas que participan de la cadena productiva de la moda son mujeres.
Ese dato resulta fundamental al momento de relevar los abusos que se comenten en la industria en términos de derechos humanos y dignidad de los trabajadores.
Ello porque los centros de producción de la llamada moda rápida o fast fashion, en su mayoría se encuentran en Asia, en países donde el patriarcado está arraigado culturalmente, lo que conlleva no sólo abusos de orden laboral, sino muchos ligados directamente al género, es decir, al hecho de ser mujeres.
Con ello me refiero a las situaciones descritas por organizaciones como Human Right Watch, Fashion Revolution, a través de sus "The Garment Worker Diaries" (Diarios de un trabajador de la confección); y la Campaña Ropa Limpia, por nombrar a los más representativos.
En todos ellos, se repiten los mismos testimonios o "patrones de conducta", que podrían resumirse en los siguientes puntos:
- Jornadas extenuantes de trabajo (mucho más de las 8 que acostumbramos en este lado del mundo), a las que se suma la doble jornada al regresar a sus casas, donde deben hacerse cargo de su familia, ya que muchas de ellas son jefas de hogar o viven en sociedades machistas, donde la corresponsabilidad es un linda ilusión.
- Salarios miserables, que ni siquiera alcanzan para sobrevivir, y que han motivo a campañas para promover el salario digno en la industria, que permita vivir y tener acceso a, por ejemplo, alimentos de calidad y atención médica básica.
- Incertidumbre permanente, dado el régimen contractual que muchas de estas mujeres tienen y que las obligan a cumplir con metas imposibles, donde, en muchos casos, no tienen tiempo ni para comer o ir al baño en sus jornadas de trabajo. Por lo mismo, los desmayos y desvanecimientos son pan de cada día en muchas fábricas. Lo anterior redunda en estrés, angustia y, por ende, en una pésima salud mental.
- Acoso sexual y verbal de parte de los supervisores de las empresas. Muchas de las trabajadoras de la confección se ven sometidas a diversos vejámenes de parte de quienes las emplean, los que difícilmente pueden ser denunciados. Lo peor de todo es que cuando logran darlos a conocer, la administración de las fábricas, los ignoran y no toman cartas en el asunto, revictimizándolas o dejando a los abusadores en la impunidad.
¿Qué nos dice los anterior? Que si somos feministas no podemos vestirnos con marcas de moda, que son cómplices de los abusos de las mujeres que trabajan en su cadena de producción.
Eso implica, informarse antes de comprar, leer las etiquetas y estar alerta de la misma manera en que se estás alerta del machismo o las trampas del patriarcado.
La tarea es compleja y llena de paradojas, sin embargo, es fundamental para vivir en la consecuencia de un movimiento que cuestiona el orden establecido y se basa en la justicia.
La sororidad se vive hasta en los pequeños actos cotidianos. Vestirse en uno de ellos.
Ultimamente, ¿te has cuestionado cómo te vistes?
Vestirse: un acto feminista
Vestirse, hace mucho rato, dejó de ser un acto inocente. Lo repetí insistentemente en mi libro El Nuevo Vestir y hoy aún lo sostengo.
En esa misma línea, al elegir nuestra ropa y "comulgar" con el feminismo tenemos que tener en cuenta algunos antecedentes que son difíciles de ignorar como que el 75% de los alrededor de 75 millones de personas que participan de la cadena productiva de la moda son mujeres.
Ese dato resulta fundamental al momento de relevar los abusos que se comenten en la industria en términos de derechos humanos y dignidad de los trabajadores.
Ello porque los centros de producción de la llamada moda rápida o fast fashion, en su mayoría se encuentran en Asia, en países donde el patriarcado está arraigado culturalmente, lo que conlleva no sólo abusos de orden laboral, sino muchos ligados directamente al género, es decir, al hecho de ser mujeres.
Niñas trabajadoras textiles en 1910. ¿Esta realidad está completamente erradicada? ¿estamos seguras? Foto: Wikimedia |
Con ello me refiero a las situaciones descritas por organizaciones como Human Right Watch, Fashion Revolution, a través de sus "The Garment Worker Diaries" (Diarios de un trabajador de la confección); y la Campaña Ropa Limpia, por nombrar a los más representativos.
En todos ellos, se repiten los mismos testimonios o "patrones de conducta", que podrían resumirse en los siguientes puntos:
- Jornadas extenuantes de trabajo (mucho más de las 8 que acostumbramos en este lado del mundo), a las que se suma la doble jornada al regresar a sus casas, donde deben hacerse cargo de su familia, ya que muchas de ellas son jefas de hogar o viven en sociedades machistas, donde la corresponsabilidad es un linda ilusión.
- Salarios miserables, que ni siquiera alcanzan para sobrevivir, y que han motivo a campañas para promover el salario digno en la industria, que permita vivir y tener acceso a, por ejemplo, alimentos de calidad y atención médica básica.
- Incertidumbre permanente, dado el régimen contractual que muchas de estas mujeres tienen y que las obligan a cumplir con metas imposibles, donde, en muchos casos, no tienen tiempo ni para comer o ir al baño en sus jornadas de trabajo. Por lo mismo, los desmayos y desvanecimientos son pan de cada día en muchas fábricas. Lo anterior redunda en estrés, angustia y, por ende, en una pésima salud mental.
- Acoso sexual y verbal de parte de los supervisores de las empresas. Muchas de las trabajadoras de la confección se ven sometidas a diversos vejámenes de parte de quienes las emplean, los que difícilmente pueden ser denunciados. Lo peor de todo es que cuando logran darlos a conocer, la administración de las fábricas, los ignoran y no toman cartas en el asunto, revictimizándolas o dejando a los abusadores en la impunidad.
¿Qué nos dice los anterior? Que si somos feministas no podemos vestirnos con marcas de moda, que son cómplices de los abusos de las mujeres que trabajan en su cadena de producción.
Eso implica, informarse antes de comprar, leer las etiquetas y estar alerta de la misma manera en que se estás alerta del machismo o las trampas del patriarcado.
La tarea es compleja y llena de paradojas, sin embargo, es fundamental para vivir en la consecuencia de un movimiento que cuestiona el orden establecido y se basa en la justicia.
La sororidad se vive hasta en los pequeños actos cotidianos. Vestirse en uno de ellos.
Ultimamente, ¿te has cuestionado cómo te vistes?
(Foto principal: Solidarity Center)
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