Para nadie es un misterio que la moda ofrece representaciones de la realidad, muchas veces, inexactas o tendenciosas. Si bien esta industria se alimenta de la “aspiración” y el “deseo”, resulta extremadamente peligrosa cuando impone referentes, reafirma estereotipos o, peor aún, puede transformarse en una herramienta de violencia simbólica. Un ejemplo de ello es lo observado en los últimos días con diferentes campañas de marcas de moda chilena, que so pretexto de promocionar productos de la temporada escolar, han terminado mostrando una imagen hipersexualizada de niñas y adolescentes. Pero ¿cómo llegamos a este punto y qué consecuencias tienen estas imágenes? Hoy lo analizo.
La imagen de las mujeres y las niñas ha sido representada de diversas maneras por el mundo de la moda. No obstante, tal como lo expuse en mi libro “La revolución de los cuerpos”, en las últimas décadas, los referentes se han empobrecido y el culto por la delgadez y la perfección ha dañado la autoestima y seguridad de generaciones enteras.
En esta misma línea, la moda desde sus inicios como industria, a fines del siglo XIX y su masificación a mediados del XX, ha reforzado estereotipos y visiones de lo que significa ser mujer desde una óptica patriarcal y sexista.
El problema de lo anterior, es que muchas mujeres han normalizado una cultura machista y se han vestido de prendas cuya silueta -tipo “chalecos de fuerza”-, no les han permitido tener autonomía de sus cuerpos y las han encasillado en títulos y/o apellidos, muchas veces, limitantes y ofensivos.
Las niñas no se han librado de este destino, transformándolas no sólo en protagonistas de campañas que las invitan a aspirar, desde pequeñas, a modelos imposibles o representaciones sesgadas, sino también las han hipersexualizado a través de actitudes y poses que, ni en juegos, uno identificaría como apropiadas para menores de edad.
Desde una perspectiva optimista, uno podría pensar que quienes están detrás de este tipo de campañas solo buscan hacer “eco” de una niñez cada vez más relativizada por las redes sociales o que solo juegan con una simbología cultural, que asumen no es obsoleta, y que ha sido descontextualizada al calor del debate.
Sin embargo, esa argumentación pierde todo fundamento cuando se sitúa en la segunda década del siglo XX cuando los escándalos de pedofilia y la cuarta ola feminista han transformado no sólo nuestro cotidiano, sino la manera en que vemos y nos relacionamos con la infancia y la feminidad.
Hoy una niña presentada como un “objeto del deseo” no es normal, es perverso. Hoy la imagen de una niña siendo sexy no es inocente, sino se transforma en una cadena a referentes de belleza limitados, que le restan libertad y que se le meten en la cabeza como virus, donde el cuerpo es foco y protagonista.
La representación de las niñas en la moda no puede tener una doble lectura. Porque la infancia no puede ser leída con una doble lectura fruto de vivencias íntimas entre adultos.
Si las campañas se hicieran desde un enfoque de género -como si lo vienen haciendo marcas internacionales como Dove- veríamos niñas promocionando uniformes destacando sus características y uso, a través de acciones como jugar a la par con sus compañerxs, y no emulando conductas adultas, que rayan en la cosificación.
Estoy convencida que la moda es política y, que dado este carácter, debería ser utilizada como una herramienta para potenciar a las niñas, para motivarlas a romper los límites de lo esperable, para que se atrevan a ser y expresarse como desean, sin corazas, estereotipos o vestidos a medida de una industria, que parece inocente, pero cuya voracidad adulta puede transformar la dulzura en podredumbre.
Cuando la inocencia se hipersexualiza
La imagen de las mujeres y las niñas ha sido representada de diversas maneras por el mundo de la moda. No obstante, tal como lo expuse en mi libro “La revolución de los cuerpos”, en las últimas décadas, los referentes se han empobrecido y el culto por la delgadez y la perfección ha dañado la autoestima y seguridad de generaciones enteras.
En esta misma línea, la moda desde sus inicios como industria, a fines del siglo XIX y su masificación a mediados del XX, ha reforzado estereotipos y visiones de lo que significa ser mujer desde una óptica patriarcal y sexista.
El problema de lo anterior, es que muchas mujeres han normalizado una cultura machista y se han vestido de prendas cuya silueta -tipo “chalecos de fuerza”-, no les han permitido tener autonomía de sus cuerpos y las han encasillado en títulos y/o apellidos, muchas veces, limitantes y ofensivos.
Las niñas no se han librado de este destino, transformándolas no sólo en protagonistas de campañas que las invitan a aspirar, desde pequeñas, a modelos imposibles o representaciones sesgadas, sino también las han hipersexualizado a través de actitudes y poses que, ni en juegos, uno identificaría como apropiadas para menores de edad.
Declaración de Publicitarias en Instagram sobre campaña cuestionada |
Desde una perspectiva optimista, uno podría pensar que quienes están detrás de este tipo de campañas solo buscan hacer “eco” de una niñez cada vez más relativizada por las redes sociales o que solo juegan con una simbología cultural, que asumen no es obsoleta, y que ha sido descontextualizada al calor del debate.
Sin embargo, esa argumentación pierde todo fundamento cuando se sitúa en la segunda década del siglo XX cuando los escándalos de pedofilia y la cuarta ola feminista han transformado no sólo nuestro cotidiano, sino la manera en que vemos y nos relacionamos con la infancia y la feminidad.
La rebelión del cuerpo fue la primera en despertar las alertas de las campañas escolares de una marca de zapatos |
Hoy una niña presentada como un “objeto del deseo” no es normal, es perverso. Hoy la imagen de una niña siendo sexy no es inocente, sino se transforma en una cadena a referentes de belleza limitados, que le restan libertad y que se le meten en la cabeza como virus, donde el cuerpo es foco y protagonista.
La representación de las niñas en la moda no puede tener una doble lectura. Porque la infancia no puede ser leída con una doble lectura fruto de vivencias íntimas entre adultos.
Si las campañas se hicieran desde un enfoque de género -como si lo vienen haciendo marcas internacionales como Dove- veríamos niñas promocionando uniformes destacando sus características y uso, a través de acciones como jugar a la par con sus compañerxs, y no emulando conductas adultas, que rayan en la cosificación.
Estoy convencida que la moda es política y, que dado este carácter, debería ser utilizada como una herramienta para potenciar a las niñas, para motivarlas a romper los límites de lo esperable, para que se atrevan a ser y expresarse como desean, sin corazas, estereotipos o vestidos a medida de una industria, que parece inocente, pero cuya voracidad adulta puede transformar la dulzura en podredumbre.
COMMENTS