A pocos días de conmemorar el Día Internacional de la Mujer, en QT, hemos decidido dedicar esta semana a analizar la participación de las mujeres en la industria de la moda desde diferentes vertientes. Hoy comenzaremos con una radiografía a sus trabajadoras, que representan el 80% de la fuerza laboral de este sector. Todo ello, en un mes que también recordamos la muerte de 146 mujeres en el incendio de la fábrica de confección de camisas, Triangle Shirtwaist, de Nueva York en 1911, quienes operaban en precarias condiciones. ¿Cuánto ha cambiado esta situación a más de un siglo de este trágico hecho? Les invito a descubrirlo.
Uno de cada 6 trabajadores del mundo trabajan en la industria de la moda y alrededor del 80% de esos trabajadores son mujeres.
Lo anterior, es un dato fundamental al momento de entender cómo se ha ido configurando el perfil de las trabajadoras de la moda, ya que las dinámicas de la globalización económica y particularmente de la moda rápida o fast fashion han movido los centros de producción de la moda a países cuyos mercados laborales tienen una regulación laxa (débil), lo que ha propiciado diversos abusos hacia esas mujeres.
El continente que ha recogido la demanda de salarios bajos en las últimas décadas es Asia, y particularmente naciones como Bangladesh, India, China, Vietnam, Myanmar y Filipinas, que poseen culturas machistas y patriarcales, en el que las mujeres aún poseen un rol secundario, lo que propicia acuerdos laborales informales o semi formales, que derivan en salarios que no permiten la sobrevivencia.
Eso se refleja, según un informe de Oxfam en 2019, en que a menudo, las mujeres comiencen a trabajar con sus hijas en la fábrica desde los diez años para ayudar a alimentar a su familia, como una manera de engrosar sus paupérrimos salarios.
Asimismo señalaban que en Bangladesh, el 100% de los trabajadores entrevistados no recibían un salario digno, 9 de cada 10 no podían pagar suficiente comida para ellos y sus familias hasta su próximo pago mensual y 7 de cada 10 no podían pagar el tratamiento médico cuando estaban enfermos o heridos. En Vietnam, el 99 por ciento no recibió un salario digno y 7 de cada 10 mujeres entrevistadas consideraron que su salario no era suficiente para satisfacer sus necesidades.
En la misma línea, la red global Mujeres en el empleo informal: globalización y organización (WIEGO en su sigla en inglés) en un estudio descubrió que las trabajadoras de la confección subcontratadas:
- en Ahmedabad, India, ganaban entre US$ 0,43 y US$4,32 por día, pero la mayoría ganaba menos de US$2 ($1.636 app).
- en Lahore, Pakistán, la mayoría ganaban entre US$ 0,25 y US$ 5,21, pero muchas ganaban menos de US$1 ($818 app).
Pero esta vulnerabilidad se incrementa en el caso de las mujeres migrantes. Así lo describe la Campaña Ropa Limpia, afirmando que son especialmente propensas a la explotación dada su inseguridad jurídica y económica, lo que facilita que sean sometidas a condiciones similares a la esclavitud moderna.
Lamentablemente, este desesperanzador escenario no sólo se da al otro lado del mundo. Según el “Estudio del trabajo en domicilio en la cadena del vestuario en Chile y de la creación de organizaciones sindicales territoriales de las trabajadoras involucradas" publicado en 2017 por la Fundación Sol en conjunto con la OIT, mostró que las trabajadoras textiles en domicilio, que antiguamente arreglaban cierres o ajustaban bastas, estaban produciendo para intermediarios que abastecían a la industria textil mayorista (retail) a través de condiciones laborales de alta precariedad, con bajas remuneraciones y sin acceso a la seguridad social con un alto nivel de estacionalidad.
Además esta investigación distinguió, al menos, siete perfiles entre las trabajadoras:
Las trabajadoras de la confección en el mundo: datos esenciales
Uno de cada 6 trabajadores del mundo trabajan en la industria de la moda y alrededor del 80% de esos trabajadores son mujeres.
Lo anterior, es un dato fundamental al momento de entender cómo se ha ido configurando el perfil de las trabajadoras de la moda, ya que las dinámicas de la globalización económica y particularmente de la moda rápida o fast fashion han movido los centros de producción de la moda a países cuyos mercados laborales tienen una regulación laxa (débil), lo que ha propiciado diversos abusos hacia esas mujeres.
El continente que ha recogido la demanda de salarios bajos en las últimas décadas es Asia, y particularmente naciones como Bangladesh, India, China, Vietnam, Myanmar y Filipinas, que poseen culturas machistas y patriarcales, en el que las mujeres aún poseen un rol secundario, lo que propicia acuerdos laborales informales o semi formales, que derivan en salarios que no permiten la sobrevivencia.
Eso se refleja, según un informe de Oxfam en 2019, en que a menudo, las mujeres comiencen a trabajar con sus hijas en la fábrica desde los diez años para ayudar a alimentar a su familia, como una manera de engrosar sus paupérrimos salarios.
Asimismo señalaban que en Bangladesh, el 100% de los trabajadores entrevistados no recibían un salario digno, 9 de cada 10 no podían pagar suficiente comida para ellos y sus familias hasta su próximo pago mensual y 7 de cada 10 no podían pagar el tratamiento médico cuando estaban enfermos o heridos. En Vietnam, el 99 por ciento no recibió un salario digno y 7 de cada 10 mujeres entrevistadas consideraron que su salario no era suficiente para satisfacer sus necesidades.
En la misma línea, la red global Mujeres en el empleo informal: globalización y organización (WIEGO en su sigla en inglés) en un estudio descubrió que las trabajadoras de la confección subcontratadas:
- en Ahmedabad, India, ganaban entre US$ 0,43 y US$4,32 por día, pero la mayoría ganaba menos de US$2 ($1.636 app).
- en Lahore, Pakistán, la mayoría ganaban entre US$ 0,25 y US$ 5,21, pero muchas ganaban menos de US$1 ($818 app).
Pero esta vulnerabilidad se incrementa en el caso de las mujeres migrantes. Así lo describe la Campaña Ropa Limpia, afirmando que son especialmente propensas a la explotación dada su inseguridad jurídica y económica, lo que facilita que sean sometidas a condiciones similares a la esclavitud moderna.
Las trabajadoras de la confección en Chile
Lamentablemente, este desesperanzador escenario no sólo se da al otro lado del mundo. Según el “Estudio del trabajo en domicilio en la cadena del vestuario en Chile y de la creación de organizaciones sindicales territoriales de las trabajadoras involucradas" publicado en 2017 por la Fundación Sol en conjunto con la OIT, mostró que las trabajadoras textiles en domicilio, que antiguamente arreglaban cierres o ajustaban bastas, estaban produciendo para intermediarios que abastecían a la industria textil mayorista (retail) a través de condiciones laborales de alta precariedad, con bajas remuneraciones y sin acceso a la seguridad social con un alto nivel de estacionalidad.
Además esta investigación distinguió, al menos, siete perfiles entre las trabajadoras:
- la "confeccionista de dos piezas", que producían uniformes corporativos e insumos para empresas y hospitales (“confeccionistas de dos piezas”);
- la que hacían piezas de ropa o prendas completas con producción para talleres o Pymes de confección;
- la "buzera", que elaboraba uniformes de colegio y que generalmente comercializaba sus productos directamente con apoderados;
- la "modista de barrio", que confeccionaba prendas de ropa y costuras sofisticadas.
- la que hacía arreglos de ropa y que complementariamente solía hacer disfraces, ropa de mascotas y/o costuras menores;
- la artesana o trabajadora textil en domicilio que producía artesanías;
- la que realizaba artículos para uso doméstico en hogares (sábanas, cojines, cortinas, etc.)
Cómo combatir las malas condiciones de las trabajadoras de la confección
La única manera de combatir estas cifras y la precariedad que afecta a las mujeres de la confección, es exigiéndole a las marcas de moda más transparencia en su cadena de valor. Ello las obligará a observar con detenimiento las condiciones de sus proveedores y a tomar cartas en el asunto, si es que quieren seguir en el mercado.
En este sentido, el movimiento feminista debe ser firme, así también como cada una de quienes nos denominamos feministas, al momento de elegir a la ropa que utilizamos, demandando a las etiquetas información que nos permita asegurarnos que las mujeres detrás de nuestra ropa, si están trabajando bajo condiciones justas y dignas.
Así también debemos exigir a los gobiernos, que protejan a estas mujeres con una regulación mucho más exigente y clara, sobre todo a aquellas que laboran desde sus casas y que son más vulnerables a sufrir injusticias.
Infografía de Campaña Ropa Limpia: 0,49 euros es el costo de mano de obra |
La dignidad es un derecho, no un privilegio. Por lo mismo, la distancia -física / emocional- con esas trabajadoras no puede ser una excusa para ser cómplices de los abusos que hoy padecen. Es nuestra responsabilidad que dejen de ser invisibles.
Fashion Revolution, la Campaña Ropa Limpia y Human Right Watch, son solo algunas de las organizaciones que poseen información, que nos pueden dar luces sobre qué marcas lo están haciendo bien en este sentido y cuáles no.
Para dar el primer paso, solo se requiere ser más curiosas / críticas, menos impulsivas y entender que la moda es una industria, que sin nuestra supervisión y auditoría seguirá en los primeros puestos de los ranking de esclavitud humana, teniendo a las mujeres trabajadoras como sus principales víctimas.
¿Te sumas a romper este círculo vicioso?
(Foto principal: Campaña Ropa Limpia)
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