El confinamiento y el verano nos han llevado a escudriñar nuestros cuerpos con celo y, a veces, sin misericordia. Esa actitud hacia el propio cuerpo, pero también a los ajenos, ha suscitado diversas polémicas en redes sociales. Pero más que hablar de ello en particular, la discusión conceptual en torno al body neutrality o neutralidad corporal, y al body positive, me llevó a querer retomar la reflexionar sobre la revolución de los cuerpos en momentos en que todo parece nublarse y relativizarse. En las próximas líneas, mis ideas.
En tiempos convulsos y de distanciamiento social, cada batalla cotidiana parece una guerra. Por lo mismo no resulta raro observar las reacciones que han provocado -en redes sociales- ciertos conceptos relativos al cuerpo.
Uno de ellos me machaca la cabeza: el “body neutrality”, que si bien lo vengo escuchando hace un tiempo, hoy no me deja indiferente.
Pero pongámoslo en contexto. El “body neutrality”, al igual que el “body positive”, son movimientos sociales que carecen de una base política, pero que responden a maneras en que las mujeres hemos intentando reconquistar ese primer territorio, nuestro cuerpo, que nos ha sido expropiado y violentado por siglos producto del patriarcado (lo siento, no hay una explicación más suave en términos conceptuales).
La gran mayoría de las mujeres aspiramos a estar en paz con nuestros cuerpos, a aceptar su diversidad y a verlos representados en los medios de comunicación y la moda. En el caso del “body positive” ese propósito se expresa en la visibilización de esos cuerpos y en “ofrecer una senda” para reencantarse con el propio cuerpo para llegar a amarlo sin culpas. Mientras que en el “body neutrality”, el cuerpo deja de ser un tema y busca su aceptación, sin necesidad de “amor continuo”.
Si bien, suena interesante la idea de neutralidad, porque supuestamente pone el foco de las preocupaciones en otros aspectos, algo me hace ruido. La idea de aceptar el cuerpo desde una posición espectadora, en la que a veces se quiere y otras no, pero idealmente se “ignora” (si se ignora no duele, no se siente, no se piensa).
Me pregunto (siguiendo la reflexión que hizo la seca de la filósofa Andrea Ocampo en estos días): ¿se puede neutralizar el cuerpo como si fuera un “objeto” o una “cosa informe”? ¿se puede olvidar que existe y caminar en él sin habitarlo, sin mirarlo en el espejo, sin vestirlo, sin significarlo para bien o para mal? A mí me parece un ejercicio aún más agotador y complejo que la propuesta del “body positive” y me motiva a preguntarme, si la respuesta ante este debate del cuerpo se “resuelve” adscribiendo a cualquier de estos movimientos o los que seguro vendrán en el futuro (amamos ponerle etiquetas a todo).
Si bien valoro cualquier intento por lograr que las mujeres nos convenzamos de que la revolución de nuestros cuerpos comienza por entenderlos y mirarlos desde su diversidad, me parece que los mandatos que se nos están proponiendo, no están alejando de un aspecto esencial: la revolución no se puede hacer en solitario, ni dividas, ni peleadas. Y en el último tiempo, la discusión por tratar de significar o resignificar conceptos, cuyo fin es instrumental, nos ha hecho perder el foco y enfrascarnos en batallas solitarias.
Lo anterior lo expreso, porque estoy convencida que la revolución de los cuerpos se debe hacer mediante el diálogo colectivo y sororo, que nos despoja de los adjetivos, las fobias y los prejuicios y nos permite relatar en voz alta la historia -de amor, odio, pena, resignación y un largo etc- de nuestro cuerpo, para reconquistarlo como parte de nuestro dominio inviolable, con la idea de que no tenemos que llegar ni a “un mínimo común denominador”, ni a un “consenso definitivo”, ni a un “ideal” conceptual, ni moralmente correcto, sino simplemente reconocer que los cuerpos se habitan sin cánones, sin normas, sin adoctrinamientos. Y ese habitar no siempre es de luz, sino también de muchas sombras, que en el caso de varias de nosotras -me incluyo- jamás se disipan por completo.

Es imposible mantener la paz con el cuerpo propio y ajeno, cuando no logramos escucharnos, mirarnos a los ojos (no a aquellas partes de nuestros cuerpos o el de otras que nos incomodan) y tratamos de trazar un camino en que aprendamos a reconocer nuestros cuerpos diversos en tiempos inciertos y confusos. El resultado de ese proceso no dará ni una respuesta, ni un movimiento, ni una mirada definitiva y concluyente, sino que nos permitirá avanzar hacia un sentido de comunidad, que comprende que el patriarcado se derrota solo si nuestros cuerpos se posicionan como “armas transformadoras”.
Estoy convencida que mirar y hablar del cuerpo propio, y no ajeno, con todas las letras y matices es un acto político, que cambiará el paradigma hegemónico y nos hará libres en la medida que logremos que cada voz vaya sumándose para crear un eco colectivo de diferentes escalas y tonos.
Reflexiones sobre cuerpos en tiempos convulsos
En tiempos convulsos y de distanciamiento social, cada batalla cotidiana parece una guerra. Por lo mismo no resulta raro observar las reacciones que han provocado -en redes sociales- ciertos conceptos relativos al cuerpo.
Uno de ellos me machaca la cabeza: el “body neutrality”, que si bien lo vengo escuchando hace un tiempo, hoy no me deja indiferente.
Pero pongámoslo en contexto. El “body neutrality”, al igual que el “body positive”, son movimientos sociales que carecen de una base política, pero que responden a maneras en que las mujeres hemos intentando reconquistar ese primer territorio, nuestro cuerpo, que nos ha sido expropiado y violentado por siglos producto del patriarcado (lo siento, no hay una explicación más suave en términos conceptuales).
La gran mayoría de las mujeres aspiramos a estar en paz con nuestros cuerpos, a aceptar su diversidad y a verlos representados en los medios de comunicación y la moda. En el caso del “body positive” ese propósito se expresa en la visibilización de esos cuerpos y en “ofrecer una senda” para reencantarse con el propio cuerpo para llegar a amarlo sin culpas. Mientras que en el “body neutrality”, el cuerpo deja de ser un tema y busca su aceptación, sin necesidad de “amor continuo”.
Si bien, suena interesante la idea de neutralidad, porque supuestamente pone el foco de las preocupaciones en otros aspectos, algo me hace ruido. La idea de aceptar el cuerpo desde una posición espectadora, en la que a veces se quiere y otras no, pero idealmente se “ignora” (si se ignora no duele, no se siente, no se piensa).
Me pregunto (siguiendo la reflexión que hizo la seca de la filósofa Andrea Ocampo en estos días): ¿se puede neutralizar el cuerpo como si fuera un “objeto” o una “cosa informe”? ¿se puede olvidar que existe y caminar en él sin habitarlo, sin mirarlo en el espejo, sin vestirlo, sin significarlo para bien o para mal? A mí me parece un ejercicio aún más agotador y complejo que la propuesta del “body positive” y me motiva a preguntarme, si la respuesta ante este debate del cuerpo se “resuelve” adscribiendo a cualquier de estos movimientos o los que seguro vendrán en el futuro (amamos ponerle etiquetas a todo).
Si bien valoro cualquier intento por lograr que las mujeres nos convenzamos de que la revolución de nuestros cuerpos comienza por entenderlos y mirarlos desde su diversidad, me parece que los mandatos que se nos están proponiendo, no están alejando de un aspecto esencial: la revolución no se puede hacer en solitario, ni dividas, ni peleadas. Y en el último tiempo, la discusión por tratar de significar o resignificar conceptos, cuyo fin es instrumental, nos ha hecho perder el foco y enfrascarnos en batallas solitarias.
Lo anterior lo expreso, porque estoy convencida que la revolución de los cuerpos se debe hacer mediante el diálogo colectivo y sororo, que nos despoja de los adjetivos, las fobias y los prejuicios y nos permite relatar en voz alta la historia -de amor, odio, pena, resignación y un largo etc- de nuestro cuerpo, para reconquistarlo como parte de nuestro dominio inviolable, con la idea de que no tenemos que llegar ni a “un mínimo común denominador”, ni a un “consenso definitivo”, ni a un “ideal” conceptual, ni moralmente correcto, sino simplemente reconocer que los cuerpos se habitan sin cánones, sin normas, sin adoctrinamientos. Y ese habitar no siempre es de luz, sino también de muchas sombras, que en el caso de varias de nosotras -me incluyo- jamás se disipan por completo.

Es imposible mantener la paz con el cuerpo propio y ajeno, cuando no logramos escucharnos, mirarnos a los ojos (no a aquellas partes de nuestros cuerpos o el de otras que nos incomodan) y tratamos de trazar un camino en que aprendamos a reconocer nuestros cuerpos diversos en tiempos inciertos y confusos. El resultado de ese proceso no dará ni una respuesta, ni un movimiento, ni una mirada definitiva y concluyente, sino que nos permitirá avanzar hacia un sentido de comunidad, que comprende que el patriarcado se derrota solo si nuestros cuerpos se posicionan como “armas transformadoras”.
Estoy convencida que mirar y hablar del cuerpo propio, y no ajeno, con todas las letras y matices es un acto político, que cambiará el paradigma hegemónico y nos hará libres en la medida que logremos que cada voz vaya sumándose para crear un eco colectivo de diferentes escalas y tonos.
(Imagen principal: portada de mi libro "La revolución de los cuerpos" creada por Aly Bonilla)
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