[ORDENAR] Ordenar el clóset es una acción rehuida por muchxs. No solo porque puede implicar una gran inversión de tiempo, sino también porque nos guste o no, obliga a mirarse de múltiples maneras. La ropa deja de ser simple ropa y se transforma en huella de “tiempos mejores o peores”; en la constancia de un cuerpo que, quizás, ya no se habita y/o en la prueba de un consumo impulsivo y existencial. ¿Qué te ocurre a ti al ordenar tu clóset? Te invito a reflexionar sobre ello.
Por lo mismo, analizar ese tipo de clóset lleva inevitablemente a pensar en la historia de quien viste esas prendas, en las decisiones que tomó al momento de comprarlas, en sus emociones al abrir esa “Narnia” inexplorada o de la que, incluso, no hay arraigo.
Este último patrón conductal donde la impulsividad es clave, no solo puede llevarnos a maltratar la autoestima, sino también la economía doméstica y al planeta, porque comprar para llenar la “nada” es el camino al sobreconsumo, y por ende, a la sobreproducción (o viceversa).
En ese sentido, detenerse, abrir el clóset y ordenarlo se constituye -en estos tiempos- en un esfuerzo de voluntad y reflexión, que nos obliga a sincerar. Sincerar nuestra relación con la ropa, sincerar nuestras emociones frente a ella, sincerar nuestros gastos, sincerar nuestros impulsos y sincerar nuestro cuerpo. Cuando se decide abrir camino en “Narnia”, comienzan las preguntas, no solo respecto de qué nos llevó a comprar o qué tipo de estilo hemos elegido, sino también sobre nuestro cuerpo y la imagen que miramos en el espejo.
Tocar y observar la ropa que quedó perdida en el armario es un disparador para recordar sobre su origen, sus usos y las razones de por qué fue enviada al exilio.
Para muchas personas ese proceso puede considerarse frío e impersonal (casi mecánico), pero para otras puede resultar doloroso y complejo, por lo mismo se evita y pospone.
No obstante, también puede ser reparador y liberador, si tiene como foco “aceptarse” y mirarse con amor frente al espejo. Porque entender qué hay en el clóset, nos ayuda a descubrir cómo queremos ser vistos, qué queremos proyectar, a qué queremos estar asociados en términos de valores y concepciones de mundo.
Es así como ordenar, se convierte en el primer paso de la toma de conciencia de que vestir no es un acto inocente, de que cubrirnos de la desnudez es un hecho ineludible (obligado por ley) y, por lo mismo, no puede ser “con lo primero que pillemos”.
Porque vestir, si puede llegar a ser “nuestra segunda piel” en la medida que esa ropa nos proteja, consuele, abrigue y reconcilie con esa persona que fuimos, que somos y que seremos. Así también que refleje nuestro compromiso con nuestro entorno social como ambiental.
Ordenar es la puerta a cambiar el switch de un "consumo que consume"; es el refugio para la tentación que nos resta oportunidades a la experiencia y llena nuestra vida de cosas que se acumulan sin propósito; y es la ocasión para descubrir que tenemos "todo que ponernos", solo falta resignificar esas prendas y darles un nuevo sentido, una nueva mirada cargada de amor cuando nos vemos vestidos con ellas en el espejo.
¿Te atreves a ordenar tu clóset con esto en mente?
El clóset como camino al reencuentro con la autobiografía
Una frase clásica, asociada con el vestir cotidiano, es “no tengo nada que ponerme”. Esa sentencia se expresa hoy -y siempre- como una metáfora de lo difícil que resulta encontrar un estilo que permita que la ropa que hay en el clóset sea usada intensa y creativamente. Porque en los clósets donde “no hay nada” suele haber mucho de todo, pero poco de “hilo conductor”.Por lo mismo, analizar ese tipo de clóset lleva inevitablemente a pensar en la historia de quien viste esas prendas, en las decisiones que tomó al momento de comprarlas, en sus emociones al abrir esa “Narnia” inexplorada o de la que, incluso, no hay arraigo.
Este último patrón conductal donde la impulsividad es clave, no solo puede llevarnos a maltratar la autoestima, sino también la economía doméstica y al planeta, porque comprar para llenar la “nada” es el camino al sobreconsumo, y por ende, a la sobreproducción (o viceversa).
En ese sentido, detenerse, abrir el clóset y ordenarlo se constituye -en estos tiempos- en un esfuerzo de voluntad y reflexión, que nos obliga a sincerar. Sincerar nuestra relación con la ropa, sincerar nuestras emociones frente a ella, sincerar nuestros gastos, sincerar nuestros impulsos y sincerar nuestro cuerpo. Cuando se decide abrir camino en “Narnia”, comienzan las preguntas, no solo respecto de qué nos llevó a comprar o qué tipo de estilo hemos elegido, sino también sobre nuestro cuerpo y la imagen que miramos en el espejo.
Tocar y observar la ropa que quedó perdida en el armario es un disparador para recordar sobre su origen, sus usos y las razones de por qué fue enviada al exilio.
Para muchas personas ese proceso puede considerarse frío e impersonal (casi mecánico), pero para otras puede resultar doloroso y complejo, por lo mismo se evita y pospone.
No obstante, también puede ser reparador y liberador, si tiene como foco “aceptarse” y mirarse con amor frente al espejo. Porque entender qué hay en el clóset, nos ayuda a descubrir cómo queremos ser vistos, qué queremos proyectar, a qué queremos estar asociados en términos de valores y concepciones de mundo.
Es así como ordenar, se convierte en el primer paso de la toma de conciencia de que vestir no es un acto inocente, de que cubrirnos de la desnudez es un hecho ineludible (obligado por ley) y, por lo mismo, no puede ser “con lo primero que pillemos”.
Porque vestir, si puede llegar a ser “nuestra segunda piel” en la medida que esa ropa nos proteja, consuele, abrigue y reconcilie con esa persona que fuimos, que somos y que seremos. Así también que refleje nuestro compromiso con nuestro entorno social como ambiental.
Ordenar es la puerta a cambiar el switch de un "consumo que consume"; es el refugio para la tentación que nos resta oportunidades a la experiencia y llena nuestra vida de cosas que se acumulan sin propósito; y es la ocasión para descubrir que tenemos "todo que ponernos", solo falta resignificar esas prendas y darles un nuevo sentido, una nueva mirada cargada de amor cuando nos vemos vestidos con ellas en el espejo.
¿Te atreves a ordenar tu clóset con esto en mente?
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