Un nuevo vestir político desde el pantalón
Christine señala que es necesario analizar la relación entre las mujeres y su forma de vestir, porque es una manera de estudiar la opresión y la resistencia, así como la liberación. "Pero la liberación de manera subjetiva. No se puede decir que es la única forma de liberar a un grupo. No es de arriba hacia abajo, ya que esa elección debe ser de las mujeres, hecha por las propias mujeres. En ese sentido, la historia aún continúa", insiste.Lo anterior se confirma al escuchar su exposición "Una historia política del pantalón" organizada por el Departamento de Antropología de la Universidad de Chile, donde explicaba que en el siglo XIX y XX hubo una emancipación vestimentaria de las mujeres en los países occidentales, específicamente en Francia.
"No tenemos tanta información e historiografia sobre este tema. Hay que buscar las referencias en el mundo anglófono, en los estudios culturales y sobre todo en lo que tiene que ver con el look y ese look y esa apariencia tiene una relación con la expresión de las identidades minoritarias en contexto de resistencia y liberación", argumenta.
En ese contexto de escasez historiográfica es que ha escrito sobre la historia del garçon, el pantalón y la falda (aún no traducida al español).
En esa línea, comenta que para iniciar la historia política del pantalón hay que partir por la Revolución Francesa, ya que permitió repensar la vestimenta mirando los nuevos valores de la libertad e igualdad, que van a reducir la diferencia entre mujeres y hombres.
"La revolución quiere crear un hombre nuevo, pero también una mujer nueva con un vestuario más cómodo, más amplio, menos apretado para el vientre y el busto, peinados más sencillos, una apariencia que sea más natural y un valor opuesto a la sofisticación aristocrática. Y esta apariencia se presenta más higiénica y más favorable a la salud maternal. También instala una forma de igualdad entre mujeres de diferentes clases sociales. La revolución proclama el fin de las prohibiciones vestimentarias, pero con un límite al vestuario, que tiene que respetar las diferencias de sexo, en otras palabras, tiene que mostrar / crear esas diferencias", explica.
Es así -señala- que la mujer se convierte en el sexo bello, que disfruta de una especie de privilegio de la apariencia, del adorno. Pero es un privilegio tramposo, porque el sexo bello no tiene poder y las mujeres no conocen "la gran renuncia” (asociada a la renuncia al adorno que tuvieron los hombres al pasar del orden aristocrático al burgués).
Christine dice que algunas mujeres pudieron haber deseado esa evolución como por ejemplo, Olympe de Gouges, que fue la redactora de la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana en 1791. "Estimaron que las mujeres debían renunciar a la seducción para volverse plenamente ciudadanas (...) La revolución refuerza la diferencia de sexos y el orden de género pone en evidencia una antigua prescripción religiosa (una mujer no llevará un vestido masculino y un hombre no llevará un vestido de mujer)", añade.
Por su lado -expone- los hombres en la Francia de las ciudades renuncian al adorno: su vestimenta sin importar su clase social, los marca como hombres de manera uniforme. "La burguesía, que toma el poder, impone sus valores, el trabajo más que el ocio, una cierta igualdad republicana mejor que una competencia estética entre hombres", afirma.
Esa vestimenta burgués masculina muestra una superioridad cultural respecto a otros modelos de masculinidades, muy a menudos asociados a la feminidad en el uso de vestimenta abierta. Porque para Christine, la base de la diferencia está en el sistema cerrado para los hombres y el sistema abierto para las mujeres.
"La vestimenta abierta para las mujeres parece reflejar una anatomía femenina (...), que también contribuye a crear una imagen de vulnerabilidad y de disponibilidad sexual (...) La abertura también es creada por la ausencia de ropa interior, se produce una vanagloriación de la cultura de la violación", detalla.
Sin embargo, en 1800 se publica una ordenanza municipal que prohibe el uso del pantalón en las mujeres, con algunas excepciones ligadas, por ejemplo, a razones médicas.
En ese sentido, la reivindicación de poder usar el pantalón tenía que ver con protegerse contra la violencia hacia las mujeres en el espacio público. "El pantalón es símbolo de poder, por lo mismo, se puede entender que la mujer quiera acceder a él. Se comprende que una persona que está en una posición inferior quiera acceder a una posición privilegiada como es la posición masculina (...) Las mujeres que quieren vestir con vestimenta masculina querrán tener los mismos derechos que los hombres", declara.
Pero será recién a fines de la década de los 60s y al inicio de los 70s del siglo XX, que el pantalón comenzará a ser usado masivamente por las mujeres.
Para Christine, la controversia contemporánea hoy no ronda en torno al pantalón, sino en el uso de la falda. "La falda ha ido tomando una significación más erótica, el pantalón fue pasando a tener una carga neutra para mujeres que trabajan. El largo de la falda todavía ocasiona problemas (...) La falda siempre atrae comentarios sexistas (...) La falda, que se convirtió en minoritaria, sigue siendo un problema", comenta.
Lo anterior, ha llevado la creación de diversas acciones interesantes en el mundo de la educación como "la primavera de la falda", donde se discute sobre el sexismo a través de esta prenda. Ello porque se ha observado que entre los 12 y 16 años, las jóvenes que usan faldas en Francia son muy minoritarias y cuando la visten son insultadas.
A ello se agrega también el uso de la falda entre los varones como una forma de igualdad, como lo fue también en su momento el pantalón para las mujeres.
Christine cierra su reflexión dejando sobre la mesa unas preguntas sobre si puede existir una vestimenta abierta o no binaria.
Para ella, la respuesta aún no es concluyente.
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