La moda necesita más valentía (y menos marketing)

[NEGOCIO DE LA MODA] Cuántas veces hemos escuchado que el valiente no es quien se enfrenta a la realidad con audacia desmedida, sino quien a pesar del miedo y la incertidumbre sigue adelante guiado por un propósito superior. Hoy en la industria de la moda ser valiente puede ser peligroso, no solo porque puede poner a una marca o a una persona en "la mira" por las razones equivocadas, sino también porque no renta a corto plazo. ¿El problema? Se necesita ser valiente para alcanzar el futuro. En las próximas líneas te explico por qué.

Ser valiente en moda no vende… pero es urgente

¿Se puede ser valiente sin propósito, sin una convicción profunda? Según yo, no. Porque la valentía supone consistencia y persistencia en el tiempo. Esa base o cimiento es el que permite que, a pesar del miedo, se siga avanzando y alzando la voz.

Lo hemos visto en marcas latinoamericanas, pero también internacionales que decidieron optar por la moda lenta para producir menos, en diseñadorxs que se niegan a seguir los calendarios comerciales impuestos, en cooperativas y colectivos que han defendido los oficios y derechos laborales pese al abandono institucional. La valentía no es performativa, es estructural.

En tiempos donde el silencio, la autocensura y el pasar desapercibido se han convertido en la norma, ser valiente parece reservado solo para héroes de Marvel o DC. Pero la buena noticia es que aunque la cobardía se ha apoderado de algunos (los sospechosos o predecibles de siempre), hay otros que se han mantenido firmes en sus convicciones y estrategias de negocios alineados al objetivo de transformar una industria como vía natural para sobrevivir en un contexto de emergencia climática. 

Según el Ministerio de Medio Ambiente los textiles generan un volumen significativo de residuos: "en Chile se estima que superan las 572 mil toneladas al año, lo que representa cerca del 7% de los residuos sólidos urbanos per cápita". A ello se agrega que menos del 1% de la ropa se recicla en nuevos textiles, de acuerdo a la Fundación Ellen MacArthur. Este no es un dato decorativo, es una alarma. Y sin marcos regulatorios sólidos -que en muchos casos se simplifican o postergan como lo hemos observado en la Unión Europea-, el incentivo no está ni en el garrote ni en la zanahoria, sino en la convicción de que no hay otra manera de hacer y vestir moda.

Esta mirada no se circunscribe solo a lo ambiental, sino también a lo social y cultural, a quienes hacen nuestra ropa y a quienes la visten. A esos cuerpos vestidos que se buscan serializar, imponiendo referentes hegemónicos sin diversidad, sin colores, sin posibilidad de disidencia.

Por eso, hoy ser valiente no es un acto individual, es un acto colectivo. Se construye desde alianzas, redes, gremios, sindicatos, medios independientes y comunidades que, aunque precarizadas, se acompañan y sostienen.

La industria de la moda no puede restarse. Porque el lenguaje silencioso de la ropa, en estos tiempos, grita más que nunca. Y ese grito tiene textura, origen y sentido.

Por lo mismo, sus palabras no se las llevará el viento, porque los hilos transparentes que la sostienen fueron cosidos por muchas manos que se niegan a rendirse.

Y si la valentía no renta, que al menos construya algo más valioso: una moda que no tema decir la verdad.