Antropología y moda: un libro que reconstruye paisajes de la moda chilena
Leer Antropología y moda. Etnografías de vestimentas en el Desierto de Atacama" del destacado investigador Héctor Morales fue como abrir un clóset del pasado: encontré historias de dignidad y creatividad en medio de la precariedad, donde verbos que hoy parecen revolucionarios como reutilizar, reparar, reimaginar eran parte natural de la vida en las company town salitreras del siglo XX.Este libro no solo reconstruye un paisaje olvidado de nuestra moda, sino que también nos invita a pensar cómo esas prácticas pueden inspirar el presente y futuro del diseño: desde rescatar siluetas como las pintoras, los calamorros o los mamelucos, hasta cuestionar la relación que tenemos con la ropa y con nuestro entorno.

Acá te comparto el texto completo de mi presentación 👇, con la esperanza de que motive nuevas conversaciones sobre moda, memoria y sostenibilidad:

→¿Qué habrían dicho los habitantes de la company town si les hubiéramos contado que, en 2025, el consumo total de textiles por persona en Chile llegaría a 32 kilos, lo que se traduce en una generación estimada de más de 572 mil toneladas de residuos textiles al año a nivel nacional, equivalente al 7% de los residuos sólidos urbanos per cápita?
¿Qué habrían comentado al ver las noticias en las que el Desierto de Atacama -a pesar de no ser exactamente su franja de tierra, sino la más al norte, la del lejano Alto Hospicio- se transformaba en el símbolo del neocolonialismo de residuos del Norte Global y la epítome de una industria de la moda en que la sobreproducción y el sobreconsumo son la regla y no la excepción?
¿Cómo se mirarían al espejo, sobre todo aquellos de menores recursos, al comparar su clóset de solo dos o tres prendas, tras saber que el consumo de ropa en Chile aumentó un 233% en los últimos 20 años, alcanzando 50 prendas por persona al año en 2020?
¿Qué pensarían de su relación con el vestir? ¿Qué pensarían de nuestra relación con el vestir?
Todas esas preguntas y muchas otras más me vinieron a la cabeza al leer Antropología y moda. Etnografías de vestimentas en el Desierto de Atacama del antropólogo y doctor en Filosofía, Héctor Morales. Este texto me permitió adentrarme no solo en una época, sino también en el clóset de sus habitantes, cuyas prendas, por momentos, sentí que tocaba e incluso me probaba.
Inevitablemente, a través de la lectura recorrí la historia de mi propio clóset y el de mi familia, recordando cómo prácticas que hoy parecen disruptivas -como reutilizar y reparar- fueron parte de la cotidianeidad de las salitreras. Como señalaba Héctor, estas acciones “reflejaban un sentido de ingenio y habilidad para mantener la apariencia digna a pesar de las limitaciones (…) siendo una forma de adaptarse a la moda y estándares de la época, incluso para aquellos que no tenían acceso constante a nuevas prendas”. Sin embargo, en tiempos actuales, la normalización de las obsolescencias, tales como la programada (cuando la ropa se daña rápido por su mala calidad); la percibida (cuando dejamos de usarla porque la microtendencia ya no es trending topic en TikTok); la psicológica (cuando la ropa no nos gusta o no nos queda); y la afectiva (cuando pierde su valor emocional), ha relegado estas prácticas a lo anecdótico.
En esas páginas, Morales recuerda que “una cotona o camisa gruesa de algodón se reciclaba en una sábana; esta sábana se convertía en un mantel, que luego se dividía en varios paños de cocina. Estos paños se utilizaban como tapones para lavaplatos y, posteriormente, se transformaban en guaipe para limpiar autos o mesones. Finalmente, el material podía ser hilachado nuevamente y utilizado para dar volumen a un colchón durante décadas”.
Y junto a este ingenio aparece otro ejemplo aún más vívido: “Las telas provenientes de los sacos de harina, azúcar o café en desuso cobraban nueva vida (primero zurcidas a mano y luego con máquinas de coser) en forma de delantales, sábanas, manteles, almohadas, cortinas, pantalones, vestidos, camisas, pañales para bebé e incluso ropa interior, todo decorado con el ‘sello’ y procedencia industrial impreso en las prendas de ropa. La incorporación de la tela de algodón de los sacos de carga encontró rápidamente uso en la vida doméstica de las familias no solo populares, sino también de clase media del siglo xx, quienes hallaron en los sacos arrumados y sin utilidad un material más que apropiado para reemplazar la tradicional ropa de lana”, narra el autor.
Sin romantizar la precariedad que subyace a estos relatos, es inevitable desear que esas prácticas, arraigadas en nuestra cultura, puedan volver a convertirse en la norma. Que podamos mirar la reparación “no solo como una alternativa cuando la economía familiar está contraída, sino también -como se menciona en la obra- impulsados por el apego sentimental hacia la prenda; su recuerdo positivo, la suavidad y confort de las telas, el abrigo que brindan, e incluso la nostalgia, que contribuyen a una memoria táctil o háptica”.
Porque en el desierto la ropa hablaba fuerte: decía quién eras o cómo querías ser visto, reflejaba tu lugar en el mundo, pero también tus sueños y anhelos. Esa ropa, sin importar su cantidad o calidad, tenía dignidad, tenía un cuerpo simbólico que se apreciaba y cuidaba, porque permitía cubrir, proteger y marcar presencia. Era, además, el fruto de manos luchadoras y fuertes que buscaban ser reconocidas.
Constatar que esas manos eran, en su mayoría, de mujeres también nos recuerda que seguimos enfrentando los mismos dilemas éticos y sociales de una industria cuyo 80% de trabajadores son mujeres, y que, como en la época relatada por Héctor, siguen siendo víctimas de abusos e invisibilización.
“La máquina de coser, que fue una vez promocionada como la tecnología que aliviaría la carga de trabajo de las mujeres y les daría una fuente de ingreso independiente, había llegado a ser el instrumento de su propia esclavitud en la fábrica y en el taller”, decía Hutchinson, citado en el texto. En 2025 esa afirmación sigue siendo cierta, como lo confirman organizaciones como Fashion Revolution, la Campaña Ropa Limpia, Remake y Human Rights Watch, por mencionar solo algunas.
En esa línea, la invitación de Antropología y moda a “cuestionar los valores y las prácticas que subyacen a la industria, así como a buscar alternativas que promuevan una moda más inclusiva, sostenible y significativa para todos” es hoy clave. Nos moviliza a mirar el pasado para aprender, resignificar y revalorar aquello que, en tiempos de excesos, no logramos percibir.
Y en este ejercicio de memoria, también aparece un desafío creativo: que las nuevas generaciones de diseñadores/as locales revisiten este fragmento de nuestra historia y, desde ahí, encuentren inspiración para reimaginar prácticas, siluetas e incluso prendas como las pintoras, los calamorros o los mamelucos. Recuperarlas en clave contemporánea sería no solo un gesto estético, sino también una manera de honrar a quienes alguna vez las vistieron y de seguir tejiendo el relato identitario de la moda en Chile.
Porque, como señala el autor: “En este desierto, donde el sol devora sombras y la arena guarda secretos, las vestimentas no son solo prendas: son relatos, gestos y manifiestos. Son un puente entre lo que fue, lo que es y lo que será, tejidas con los hilos y nudos del recuerdo”.
Hoy quisiera soñar con que esos hilos del pasado se transformen en la urdimbre del paisaje de la moda que necesitamos: un paisaje donde la reutilización y la reparación vuelvan a ser verbos cotidianos, donde la moda nos permita mirarnos al espejo con orgullo, sin temor al reflejo de un entorno devastado, y donde lo individual y lo colectivo se tejan en un mismo relato de dignidad, cuidado y justicia.←
¿Dónde comprarlo? En la Biblioteca Nacional y a partir de marzo de 2026 app estará disponible para descarga online de forma gratuita.
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