[NUEVO LUJO] El llamado "lujo silencioso" o quiet luxury, se ha tomado la agenda de la moda a propósito de la serie Succession y la evolución del normcore desde una estética más refinada, ya que se asocia a marcas de lujo que se decantan por la austeridad, el uso de telas de alta calidad (esencialmente nobles) y prendas atemporales ("fondo de armario"). Hasta acá, no existe mucha novedad, sin embargo, tras leer una reflexión en IG de Refashion, me quedó rondando la idea de que esta tendencia "inocente" podría tener su caballo de Troya al estilo de la "cultura Wall Street" de fines de los 80s. Frente a esa posibilidad pensé cómo aprovechar una estética que nos podría reconectar con los oficios tradicionales e incluso podría promover la acción climática, si descolonizamos su discurso de origen y le inyectamos la mirada latinoamericana. En las próximas líneas, les cuento que concluí.
No obstante, siguiendo el hilo de la reflexión que nos proponía Refashion, esta reaparición puede representar mucho más de lo que muestra a simple vista y transformándose en una especie de "caballo de Troya" cultural que propone / impone una actitud hacia la sociedad, que inevitablemente recuerda el salvajismo de los "chicos Wall Street" de fines de los 80s y que en tiempo de crisis económica, social y ambiental resulta, a lo menos, enjuiciable.
Desde esa misma mirada y, casi siguiendo el relato de Succession, en esta discusión se produce además una conexión casi natural con los billionarios tecnológicos favoritos de la prensa (todos hombres, blancos y cis) y al "estado de alerta" derivado de los posibles malos usos de la inteligencia artificial. En definitiva: el Norte Global pareciera que nuevamente utiliza el soft power para "colonizarnos culturalmente".
Hasta ahí todo parece cuadrar, pero ¿qué pasaría si, conscientes de este panorama, el Sur Global y particularmente Latinoamérica le diera una vuelta y descolonizara, a través de su historia del vestir esta nueva imposición?
Desde mi perspectiva, si lo hiciéramos no solo nos reconectaríamos con el valor pasado de la ropa, sino también con prácticas que hoy se constituyen acción climática.

Porque en Latinoamérica hasta hace poco -un poco menos de medio siglo- vestirse no era barato sobre todo para las clases medias y bajas, por lo que para hacerlo había que ahorrar, proyectar el uso, elegir con calma (tela, silueta, estilo) y luego comprar (en muchos casos mandar a hacer). Ello porque las prendas debían ser de buena calidad, ya que no solo tenían que durar una larga vida (y poder ser reparables), sino también debían tener el potencial de ser heredadas. De hecho, era frecuente que esa acción no solo se diera entre hemanxs, sino también interfamilia e incluso interamigxs.
Lo anterior tenía como resultado un clóset acotado y muy funcional, pero con tesoros. "Menos" no era una elección, sino la norma.
En esa ecuación la figura de las costureras y sastres y, por ende, el oficio del coser y la sastrería era valorado y atesorado. Por lo mismo, disponer de una costurera o sastre de confianza era un verdadero lujo, que no tenía nada que ver con ostentar una marcas o con la utilización de textiles imposibles, sino con el acceso a un "oficio tradicional" clave para la economía del hogar. Porque confeccionar ropa de mala calidad era un mal negocio para todxs, por lo que hacerlo bien era imperativo.
En esos tiempos vestir con un estilo atemporal y telas naturales hechas localmente era reconocido por todxs, ya que todxs (o casi todxs) tenían una educación (ojo entrenado) en torno a la ropa que les permitía distinguir con facilidad los materiales e incluso conocer el sello del oficio reconociendo las buenas terminaciones. Saber qué era bueno y no tanto, no era "propiedad de las elites" sino de las personas, porque incluso había una asignatura llamada "técnicas manuales" que transitaba por los oficios tradicionales, entre ellos, la costura.
Hoy mandarse a hacer ropa es -en muchos casos- prohibitivo, sin embargo, reflexionar antes de comprar (dejar la impulsividad) no lo es. TODXS tenemos el derecho de hacernos preguntas y vestir/consumir con una mirada de futuro, intentando invertir, en vez de gastar en ropa.
Eso nos lleva a crear clóset funcionales de acuerdo a nuestros estilos, reinventando los básicos, -que se pueden medir de diversas formas en una Latinoamérica colorida y no solo en tonos pasteles- capaces de proyectar su vida útil por muchos años.
En esa línea, tenemos la posibilidad de reapropiarnos de un nuevo lujo que se mide por la experiencia, el tiempo y el oficio local, que tenga el verbo "reducir" como norte, donde aprovechar lo que ya se tiene, reparando, transformando, intercambiando y rescatando esas piezas claves que "desaparecieron" en el mar de estímulos de modas pasajeras sea la normalidad.
Esa nueva actitud hacia nuestra ropa, que implica resignificar el sentido del lujo, desde un silencio que supone reflexión y calma al elegir como vestirse, se transforma inevitablemente en una acción climática, no una tendencia de serie.
Además nos incentiva a aprender y educarnos respecto de lo que tenemos o tendremos en nuestro clóset.
¿Te hace sentido esta nueva manera de entender el "lujo silencioso"?
Lujo silencioso desconolizado al latin way
Para ser justa, el "lujo silencioso" no es una novedad, sino una manera de vestir que nos ha acompañado por lo menos, desde el siglo XIX en adelante. Si bien, esta estética ha sido absorbida por otras tendencias que podríamos asociar a la "sociedad de consumo" -que mide el éxito a través del "cosismo" y la visibilización de logos y marcas-, el "vestir discreto" con códigos visuales más ligados a las elites, jamás ha desaparecido.No obstante, siguiendo el hilo de la reflexión que nos proponía Refashion, esta reaparición puede representar mucho más de lo que muestra a simple vista y transformándose en una especie de "caballo de Troya" cultural que propone / impone una actitud hacia la sociedad, que inevitablemente recuerda el salvajismo de los "chicos Wall Street" de fines de los 80s y que en tiempo de crisis económica, social y ambiental resulta, a lo menos, enjuiciable.
Desde esa misma mirada y, casi siguiendo el relato de Succession, en esta discusión se produce además una conexión casi natural con los billionarios tecnológicos favoritos de la prensa (todos hombres, blancos y cis) y al "estado de alerta" derivado de los posibles malos usos de la inteligencia artificial. En definitiva: el Norte Global pareciera que nuevamente utiliza el soft power para "colonizarnos culturalmente".
Hasta ahí todo parece cuadrar, pero ¿qué pasaría si, conscientes de este panorama, el Sur Global y particularmente Latinoamérica le diera una vuelta y descolonizara, a través de su historia del vestir esta nueva imposición?
Desde mi perspectiva, si lo hiciéramos no solo nos reconectaríamos con el valor pasado de la ropa, sino también con prácticas que hoy se constituyen acción climática.

Porque en Latinoamérica hasta hace poco -un poco menos de medio siglo- vestirse no era barato sobre todo para las clases medias y bajas, por lo que para hacerlo había que ahorrar, proyectar el uso, elegir con calma (tela, silueta, estilo) y luego comprar (en muchos casos mandar a hacer). Ello porque las prendas debían ser de buena calidad, ya que no solo tenían que durar una larga vida (y poder ser reparables), sino también debían tener el potencial de ser heredadas. De hecho, era frecuente que esa acción no solo se diera entre hemanxs, sino también interfamilia e incluso interamigxs.
Lo anterior tenía como resultado un clóset acotado y muy funcional, pero con tesoros. "Menos" no era una elección, sino la norma.
En esa ecuación la figura de las costureras y sastres y, por ende, el oficio del coser y la sastrería era valorado y atesorado. Por lo mismo, disponer de una costurera o sastre de confianza era un verdadero lujo, que no tenía nada que ver con ostentar una marcas o con la utilización de textiles imposibles, sino con el acceso a un "oficio tradicional" clave para la economía del hogar. Porque confeccionar ropa de mala calidad era un mal negocio para todxs, por lo que hacerlo bien era imperativo.
En esos tiempos vestir con un estilo atemporal y telas naturales hechas localmente era reconocido por todxs, ya que todxs (o casi todxs) tenían una educación (ojo entrenado) en torno a la ropa que les permitía distinguir con facilidad los materiales e incluso conocer el sello del oficio reconociendo las buenas terminaciones. Saber qué era bueno y no tanto, no era "propiedad de las elites" sino de las personas, porque incluso había una asignatura llamada "técnicas manuales" que transitaba por los oficios tradicionales, entre ellos, la costura.
Hoy mandarse a hacer ropa es -en muchos casos- prohibitivo, sin embargo, reflexionar antes de comprar (dejar la impulsividad) no lo es. TODXS tenemos el derecho de hacernos preguntas y vestir/consumir con una mirada de futuro, intentando invertir, en vez de gastar en ropa.
Eso nos lleva a crear clóset funcionales de acuerdo a nuestros estilos, reinventando los básicos, -que se pueden medir de diversas formas en una Latinoamérica colorida y no solo en tonos pasteles- capaces de proyectar su vida útil por muchos años.
En esa línea, tenemos la posibilidad de reapropiarnos de un nuevo lujo que se mide por la experiencia, el tiempo y el oficio local, que tenga el verbo "reducir" como norte, donde aprovechar lo que ya se tiene, reparando, transformando, intercambiando y rescatando esas piezas claves que "desaparecieron" en el mar de estímulos de modas pasajeras sea la normalidad.
Esa nueva actitud hacia nuestra ropa, que implica resignificar el sentido del lujo, desde un silencio que supone reflexión y calma al elegir como vestirse, se transforma inevitablemente en una acción climática, no una tendencia de serie.
Además nos incentiva a aprender y educarnos respecto de lo que tenemos o tendremos en nuestro clóset.
¿Te hace sentido esta nueva manera de entender el "lujo silencioso"?
(Foto principal: Sisa)
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